..."Después de la propia sangre, lo mejor que el hombre puede dar de si mismo es una lágrima..."
Alphonse de Lamartine
No existe quizás mejor mención, verbo ni frase que la humildad de estas letras, ellas mismas encierran el poder en si mismo del Alma en el hombre, solo ellas capaces de purificar la verdad por entero de quién erigido es en un banal orgullo de aparentes formas insignificantes que carcomidas acaban siendo roídas por los gusanos del pecado que en si mismo engendra, causa de esas evanescencias que fueron en vida y en muerte nada significan...
Somos engendros de la superflua vanidad, vanagloria de un espíritu decadente que desde su música es menester de vacíos y de la nada que no sabemos poseer en la mano, cerca de la frontera con el ciego ojo de la razón, haciendo sombra en la verdad de nuestra condición, desde esa carne que pretende embellecer la apariencia que nada es, porque allí dónde ella se conduce no es más que pasto de tierra e insectos, abono que sustenta la mejor flor de entre las flores, porque de su escatologica forma, solo nace la rosa más bella, germinando la elocuente forma de la verdad más pura y sincera del Alma, que sin voz, nada puede hacer ante el pecado que hemos germinado de la propia carne.
Ese que al mundo en el encuentro de lo que creímos mejor fuimos dando, otorgando banalidades, sabiéndonos menos limpios que impíos, cometiendo el pecado de la traición y legando una verdad hecha y no presentida de lo que realmente es y no hicimos...
Legados como legajos de carne, que sin humildad, no saben purificar la verdad de nuestros pecados, igual que ellos, nos, fuimos la rueca de la constante perfección del sentido como de la consecuencia en la vida, hijos fuimos, en el deber del orgullo, de un juicio malogrado en la verdad justa de la justicia del hombre, cuándo ella nada otorga y otra es la verdad del significado en si mismo de la vida que nos toca vivir...
No nos honre el Orgullo, sino la Humildad y la Misericordia, porque solo ellas por entero son vestido de la verdad más pura, la del Alma..
Somos engendros de la superflua vanidad, vanagloria de un espíritu decadente que desde su música es menester de vacíos y de la nada que no sabemos poseer en la mano, cerca de la frontera con el ciego ojo de la razón, haciendo sombra en la verdad de nuestra condición, desde esa carne que pretende embellecer la apariencia que nada es, porque allí dónde ella se conduce no es más que pasto de tierra e insectos, abono que sustenta la mejor flor de entre las flores, porque de su escatologica forma, solo nace la rosa más bella, germinando la elocuente forma de la verdad más pura y sincera del Alma, que sin voz, nada puede hacer ante el pecado que hemos germinado de la propia carne.
Ese que al mundo en el encuentro de lo que creímos mejor fuimos dando, otorgando banalidades, sabiéndonos menos limpios que impíos, cometiendo el pecado de la traición y legando una verdad hecha y no presentida de lo que realmente es y no hicimos...
Legados como legajos de carne, que sin humildad, no saben purificar la verdad de nuestros pecados, igual que ellos, nos, fuimos la rueca de la constante perfección del sentido como de la consecuencia en la vida, hijos fuimos, en el deber del orgullo, de un juicio malogrado en la verdad justa de la justicia del hombre, cuándo ella nada otorga y otra es la verdad del significado en si mismo de la vida que nos toca vivir...
No nos honre el Orgullo, sino la Humildad y la Misericordia, porque solo ellas por entero son vestido de la verdad más pura, la del Alma..
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